Los esquemas que tenemos sobre otras personas (o sobre nosotros mismos) nos hacen generar unas expectativas concretas sobre cómo son o cómo se comportan esas personas. A su vez, esas expectativas nos hacen comportarnos con ellas de una manera determinada, con lo que las influimos para que se ajusten a lo que esperamos de ellas o les impedimos que actúen de otra forma, provocando así que la expectativa se cumpla y el esquema se mantenga. Este fenómeno se conoce cómo profecías autocumplidas o efecto Pigmalión. Puede tener implicaciones en una amplia variedad de ámbitos en nuestras vidas, social, laboral, educativo, clínico, etc.
El efecto Pigmalión refleja las consecuencias que puede tener el uso de esquemas (atajos mentales). Resultan de gran utilidad para procesar e interpretar la información, pero también pueden producir distorsiones en la comprensión del mundo social.
Asimismo, los esquemas son muy resistentes al cambio, y muestran un efecto de perseverancia, que los hace inalterables incluso frente a información contradictoria, entre otras razones porque las personas suelen reinterpretar la información ambigua o mixta que pueda contradecir sus esquemas (como ocurre en el caso de los estereotipos).
Ahora bien, cuando la información desconfirma claramente un esquema, éste sí cambia; de lo contrario, dejaría de ser útil. En este caso, sería necesario trabajar con las herramientas necesarias para modificar el pensamiento, lo que en psicología conocemos como reestructuración cognitiva.